domingo, 10 de octubre de 2010

Queridos amigos

Ya estamos a la puerta de un nuevo mes, de un nuevo desafío, de un compromiso renovado para que nuestra vida diaria se vuelva de alguna forma un Evangelio vivo.

Sin embargo, si miramos con sinceridad nuestras vidas, nos damos cuenta que muchas veces eso se queda en el deseo, no logrando “despegar”. Nos quedamos girando alrededor nuestro, contemplando nuestras necesidades y perdemos de vista al prójimo.

No se trata de una cosa extraña, de otro mundo, si no más bien normal. La publicidad, la vida de la sociedad que intenta imponernos sus visiones y prioridades, no nos ayuda en este esfuerzo.

Es que, cada éxito es el fruto de un esfuerzo, de un entrenamiento. Nunca un campeón del mundo - de cualquier disciplina - ha nacido así, no más. Más bien ha entrenado y desarrollado sus talentos, con mucho esfuerzo y paciencia.

El fin de semana pasado ha sido beatificada Chiara Luce, la primera gen, joven, que por medio de la espiritualidad de la unidad ha llegado a confeccionar de su vida una joya. Pero ella ha llegado a este punto, porque se ha entrenado en lo pequeño. Por consecuencia, cuando llegaron las grandes cruces de un cáncer tremendo ya se había “acostumbrado” a no escapar frente al dolor, si no a mantenerse firme en el amar.

Por medio de la nueva Palabra de Vida, se nos invita a hacer una verdadera escuela de amor. Ciertamente hemos hablado varias veces de este “arte de amar” que Chiara nos propone. Sin embargo, pienso que nos viene bien fortalecernos en este compromiso nuestro, para volvernos siempre más un don de amor para con cada uno!

… pero por sobretodo – como nos invita la Palabra de Vida que así sea - para que nuestro corazón se dilate siempre más, a la medida del amor de Jesús. Es ahí que se construye, también para nosotros, diariamente un pedacito de santidad para entregarla el día de nuestro encuentro cara a cara con Jesús, que puede ser mañana, dentro de un año, o dentro de unos cuántos años. Poco importa. ¡Lo que si importa es estar listo siempre!... y el amor concretado nos prepara a eso.

Como lemas para este nuevo mes, propongo los siguientes:

1ª semana: Amar a todos, sin excluir a nadie.

2ª semana: Tomar la iniciativa en amar.

3ª semana: Ver y servir a Jesús en el prójimo.

4ª semana: Hacer propio los dolores y alegrías de nuestros prójimos.

Hagamos de todo, para que este mes se vuelva una experiencia luminosa en nuestro esfuerzo de volvernos un don de amor concreto para quien tenemos a nuestro lado, y por ende para con Jesús, al cual encontramos en cada uno de nuestros semejantes.

Feliz de estar juntos en camino


Palabra de Vida Octubre 2010

“La” Ley

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”

(Mt 22, 39)1

Esta Palabra se encuentra ya en el Antiguo Testamento2.

Para responder a una pregunta, Jesús se inscribe en la gran tradición profética y rabínica que estaba en búsqueda del principio unificador de la Torah, es decir, de la enseñanza de Dios contenida en la Biblia. El Rabino Hillel, contemporáneo suyo, había dicho: “Lo que te resulta odioso no se lo hagas a tu prójimo. Esto es toda la ley. El resto es interpretación”3.

Para los maestros del hebraísmo, el amor al prójimo deriva del amor a Dios que ha creado al hombre a su imagen y semejanza, por lo cual no se puede amar a Dios sin amar su criatura: éste es el verdadero motivo del amor al prójimo y es “un gran principio general de la ley”4.

Jesús valida este principio, y agrega que el mandamiento de amar al prójimo es similar al primero y el más grande mandamiento, es decir, el de amar a Dios con todo el corazón, la mente y el alma. Afirmando una relación de semejanza entre los dos mandamientos, Jesús los funde definitivamente y así hará toda la tradición cristiana, como dirá lapidariamente el apóstol Juan. “El que dice: “Amo a Dios”, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?”5.

Prójimo – lo dice claramente todo el Evangelio – es todo ser humano, hombre o mujer, amigo o enemigo, al cual se debe respeto, consideración, estima. El amor al prójimo es universal y personal al mismo tiempo. Abraza a toda la humanidad y se concreta en aquel-que-está-cerca.

Pero, ¿quién puede darnos un corazón tan grande, quién puede suscitar en nosotros una benevolencia tal de hacernos sentir cercanos – prójimos – también de aquellos que son más ajenos a nosotros, como para hacernos superar el amor propio, para reconocernos en los demás? Es un don de Dios, es más, es el mismo amor de Dios que “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.”6.

No es por lo tanto un amor común, una simple amistad, pura filantropía, sino ese amor que fue derramado desde el bautismo en nuestros corazones: ese amor que es la vida de Dios mismo, de la Trinidad beata, de la cual nosotros podemos participar.

Entonces, el amor es todo, pero para poder vivirlo bien es necesario conocer sus cualidades que emergen del Evangelio y de la Escritura en general y que nos parece poder resumir en algunos aspectos fundamentales.

Lo primero es que Jesús, que murió por todos, amando a todos, nos enseña que el verdadero amor va dirigido a todos. No como el amor que vivimos nosotros tantas veces, simplemente humano, que tiene un radio restringido: la familia, los amigos, los vecinos... El amor verdadero que Jesús quiere no admite discriminaciones: no distingue tanto la persona simpática de la antipática, no existe para él el lindo, el feo, el grande o el pequeño; para este amor no hay diferencia entre el compatriota y el extranjero, el de mi Iglesia o de otra, de mi religión o de otra. Este amor ama a todos.

El amor verdadero, aún más, es el primero en amar, no espera ser amado, como en general es propio del amor humano, que ama a quien nos ama. No, el amor verdadero toma la iniciativa, como hizo el Padre cuando, siendo nosotros todavía pecadores, por lo tanto no amantes, mandó al Hijo para salvarnos.

Entonces: amar a todos y ser el primero en amar.

Aún más: el amor verdadero ve a Jesús en cada prójimo: “A mí me lo hicieron”7 nos dirá Jesús en el juicio final. Y eso vale para el bien que hagamos y también para el mal, lamentablemente.

El amor verdadero ama al amigo y también al enemigo. Le hace el bien, reza por él.

Jesús quiere también que el amor que Él trajo sobre la tierra se vuelva recíproco. Que el uno ame al otro y viceversa, hasta llegar a la unidad.

Todas estas cualidades del amor nos hacen comprender y vivir mejor la palabra de vida de este mes.

Sí, el amor verdadero ama al otro como a sí mismo. Y esto debe ser tomado literalmente: hace falta justamente ver en el otro un sí mismo, y hacer al otro lo que uno se haría a sí mismo. El amor verdadero es aquél que sabe sufrir, gozar con quien goza, llevar los pesos del otro, que sabe, como dice Pablo, hacerse uno con la persona amada. Es un amor, por lo tanto, no sólo de sentimiento, o de bellas palabras, sino de hechos concretos.

Quien tiene otro credo religioso busca también hacer esto por la así llamada “regla de oro”, que encontramos en todas las religiones. La misma quiere que se haga a los otros lo que quisiéramos que fuese hecho a nosotros. Gandhi la explica de modo muy simple y eficaz: “No puedo hacerte mal sin herirme a mí mismo”8.

Este mes, por lo tanto, tiene que ser una ocasión para volver a poner a foco el amor al prójimo, que tiene tantos rostros: del vecino de casa a la compañera de escuela, del amigo a la pariente más cercana. Pero también tiene rostros de esa humanidad angustiada que la TV trae a nuestras casas desde lugares de guerra y de catástrofes naturales. Una vez eran desconocidos y lejanos mil millas. Ahora se volvieron también ellos nuestros prójimos.

El amor nos sugerirá vez por vez qué hacer, y dilatará de a poco nuestro corazón sobre la medida del corazón de Jesús.

Chiara Lubich

Publicación mensual del Movimiento de los Focolares

1. Este texto fue publicado en octubre de 1999.

2. Lev. 19, 18.

3. Talmud de Babilonia Shabbat, 31a.

4. Rabino Akiba, cit. en Sifra, comentario rabínico a Lev. 19,18. (nuestra traducción).

5. 1 Jn., 4, 20.

6. Rom. 5, 5.

7. Cf. Mt. 25, 40.

8. Cf. Wilhelm Muhs, Palabras del corazón, Bs. As.