lunes, 5 de julio de 2010

Una apuesta total

Palabra de Vida Julio 2010

Una apuesta total

“El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.”

(Mt 13.45-46)1

En esta muy breve parábola, Jesús causa una fuerte impresión en la imaginación de su auditorio. Todos conocían el valor de las perlas, que, junto con el oro, era en ese entonces lo más preciado que se conocía.

Además, las Escrituras hablan de la sabiduría, es decir, del conocimiento de Dios, como algo que ni siquiera se puede comparar “a la piedra más preciosa”2.

Sin embargo, se destaca en la parábola el acontecimiento excepcional, sorprendente e inesperado que representa para ese comerciante haber descubierto, quizás en un mercado, una perla de enorme valor, descubierta por sus ojos expertos, y de la cual podría sacar un óptimo provecho. Por eso, habiendo sacado sus cuentas, decide que vale la pena vender todo para comprarla. ¿Quién no habría hecho lo mismo en su lugar?

He aquí entonces el significado profundo de la parábola: el encuentro con Jesús, con el Reino de Dios entre nosotros –¡tal es la perla!– constituye esa ocasión única que es preciso percibir al vuelo, poniendo en juego las propias energías y todo lo que se posee.

No es la primera vez que los discípulos enfrentan una exigencia radical, ese dejar todo para seguir a Jesús: los bienes más preciados, los afectos familiares, la seguridad económica, las garantías para el futuro.

No se trata de una propuesta inmotivada y absurda.

Por el “todo” que se pierde hay otro “todo” que se encuentra, inestimablemente más valioso. Cada vez que Jesús nos pide algo, promete también darnos mucho, mucho más, en una medida sobreabundante.

Así sucede con esta parábola, que asegura que tendremos en las manos un tesoro que nos enriquecerá para siempre.

Aunque pueda parecer un desatino dejar lo cierto por lo incierto, un bien seguro por otro solamente prometido, volvamos al comerciante del relato: sabe que esa perla es preciosa y espera confiado en que ganará invirtiendo en ella.

Del mismo modo, quien desea seguir a Jesús sabe, ve con los ojos de la fe, la inmensa ganancia que obtendrá al compartir con Él la herencia del Reino después de haberlo dejado todo, al menos espiritualmente.

Dios ofrece a todos los hombres una ocasión similar para que la sepamos aprovechar.

Se trata de una invitación a dejar de lado a todos los ídolos que en el corazón pueden ocupar el lugar de Dios: la carrera, el matrimonio, los estudios, una hermosa casa, la profesión, el deporte, la diversión.

Es una invitación a poner a Dios en el primer lugar, en la cima de todos nuestros pensamientos, nuestros afectos, porque todo en la vida tiene que elevarse a Él y desde Él, descender luego.

Si actuamos así, buscando el Reino según la promesa evangélica, el resto nos será dado como añadidura3. Al posponerlo todo por el Reino de Dios, recibiremos cien casas, hermanos, hermanas, padres y madres4, porque el Evangelio tiene una clara dimensión humana: Jesús es hombre-Dios y, junto con el alimento espiritual, nos asegura el pan, la vivienda, el vestido, la familia.

Quizás deberemos aprender de los “pequeños” a confiar más en la providencia del Padre, que no deja faltar nada a quien da, por amor, lo poco que tiene.

Sé que en el Congo, un grupo de chicos fabricaba tarjetitas artísticas con cáscara de banana, que luego vendían en Alemania. En un primer momento se quedaban con toda la ganancia (algunos mantenían con ello a la familia entera). Después decidieron poner en común el 50% de lo obtenido y así, 35 jóvenes desocupados recibieron ayuda.

Dios no se deja superar en generosidad: dos de estos chicos dieron un testimonio tal en el negocio donde estaban trabajando que varios comerciantes, cuando necesitaban personal, comenzaron a recurrir a ellos. Tiempo después, supe que once jóvenes obtuvieron trabajo fijo.

Chiara Lubich

Publicación mensual del Movimiento de los Focolares

1. Este texto fue publicado en julio de 1999.

2. Libro de la Sabiduría, 7,9.

3. Cf. Lc. 12, 31.

4. Cf. Mt. 19, 29.

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